Parece que fue ayer cuando empiezas a plantearte la posibilidad de echar los papeles para la Erasmus. No tenías nada que perder, en cualquier momento puedes echarte atrás y piensas "Por qué no?". Haces tu prueba de idiomas, eliges tus destinos, y a esperar...
Pasa el tiempo y aparece la primera convocatoria, y te han seleccionado! No es el primer destino que has elegido, ni el segundo, pero qué cojones, te vas de Erasmus! En ese momento te planteas si seguir adelante o no, empiezas a hablarlo en serio con la familia, los amigos, la novia (en mi caso)... Y obtienes multitud de opiniones. "Adonde vas a ir tu tan lejos, anda ya!" o "Si hombre, te vas a ir tú por ahí y me vas a dejar a mí aquí!"...
La verdad, empiezas a plantearte las cosas en serio, sabes que tendrás que dejar todo lo que quieres atrás, al menos de manera temporal. Pero por otro lado, sabes que será una oportunidad única en la vida, eres joven, tienes pocas obligaciones, y encima te pagan, aunque sea poco, pero al menos es una ayuda, por lo que, luego de hablarlo y pensarlo muy mucho, tomas la decisión.
Llega la última convocatoria, y aceptas. Empieza el bombardeo. Por todos lados. Documentación, buscas residencia, buscas los vuelos, ajustas fechas, conoces gente, empiezas a comprar cosas que te van a hacer falta, las maletas, la ropa...todo. Empiezas a despedirte de tus familiares, llegan las últimas quedadas con los amigos, y pasas los últimos momentos de intimidad con tu pareja. Te mentalizas. Lo aceptas y lo asimilas. Y cuando te quieres dar cuenta, se te ha pasado el verano, y estás escribiendo en tu portátil a las dos de la mañana de un domingo, a falta de seis días para irte.
Estás de los nervios. A veces no tienes apetito, y a veces te comerías un burro empanado. No tienes sueño, te acuestas tarde y duermes mal. Otras noches duermes como un bebé. Estás totalmente alterado, y tu cuerpo lo sufre. Quedan seis días y lo que en principio fue un "Y por qué no?", se ha convertido en una realidad. Te vas.
